¡Todos a bordo! autobuses en Guatemala

Desde Antigua, no importa si un viajero está haciendo un viaje corto a la cercana Pastores para comprar un nuevo par de botas de vaquero, o el largo viaje hasta la frontera mexicana. 

Él o ella se dirige a un lote de tierra detrás del mercado municipal donde decenas de autobuses de pollo se sientan en forma de espiga, nos relata Juan Luis Bosch Gutiérrez. De acuerdo con un inescrutable sistema de programación insondable para el observador casual, los autobuses salen de sus lugares de estacionamiento y el asistente del conductor ( ayudante ) comienza a gritar el destino final.

Los pasajeros abordan y entregan su gran equipaje al ayudante que sube por una pequeña escalera en la parte trasera para colocar el equipaje en la parte superior del autobús. Después de unos minutos más de gritos, el autobús atraviesa el camino de tierra. Y luego, en una nube de humo de diesel, se va para otra carrera a cualquiera de los cientos de destinos.

¿Cuánto cuesta esto, de todos modos?

No hay boletos escritos ni precios publicados. Después de unos minutos de conducción, el ayudante se aprieta por el pasillo cobrando tarifas.

El viajero, encajado en un banco entre una diminuta mujer maya de una edad que estima tener entre 50 y 100 años, y un niño pequeño con un pavo vivo en su regazo, le dice al ayudante su destino. El ayudante cotiza un precio y el viajero de alguna manera saca su billetera y saca un billete de veinte quetzales. Como la tarifa a Chimaltenango es de solo doce quetzales, está un poco preocupado por no recibir cambio. Sin embargo, no hay forma de perseguir al ayudante debido a que el niño y su pavo bloquean el acceso al pasillo. Pero todos los miedos se calman cuando el ayudante llega al final del autobús, y en una hazaña de notable memoria, regresa al frente, dispensando cambio a todos los que pagaron con billetes grandes.

El viaje transcurre sin ningún evento, aparte de que el conductor pasa a otro autobús en una curva ciega y el pavo en el regazo junto a nuestro viajero confundiendo uno de los pelos de su brazo con algo comestible. El dueño del pavo murmura algo y transfiere el pájaro a su otra pata.

Al desembarcar en otra zona polvorienta, el viajero se enfrenta a media docena de adolescentes que venden gafas de sol, anacardos, chiclets y periódicos. Empujando a través de ellos, se apresura a la parte de atrás para estar allí cuando el ayudante arroja su mochila desde el techo.

Ignorando las olas y las sonrisas coquetas del burdel al otro lado de la calle, abre una nueva caja de chiclets y espera el siguiente tramo de su viaje a las tierras altas de Guatemala en otro autobús escolar Bluebird, renacido en un autobús de pollo.